martes, 8 de julio de 2014

There's no life after you.

Se levantó, salió y encendió su cigarrillo. Ya me había acostumbrado a ello, cada noche, en cada visita. Mientras él paseaba yo pensaba en la suerte que tenía. Él no lo sabía pero me encantaba verle a pesar de que le estuviera perdiendo poquito a poco. Podía perdonarle esa injusticia porque al menos estaba a mi lado. Entró de nuevo en el coche y nos miramos. Para mí había pasado una eternidad, no sé para él. Nos miramos como quien mira al amor de su vida, sin saber que el uno era la vida del otro. Se sentó y le abracé, como quien abraza a alguien al volver de un largo viaje. Y en ese momento, sonreí, porque podía sentir su calor, oler los restos de camel que habían quedado en él, sentir sus manos entre las mías y mi cuerpo encajando en el suyo a la perfección, como un puzzle bien hecho. Me besó, fue ese tipo de beso que me enamora cada día más. Ese tipo de beso que solo él puede dar. Ese beso que transmite tanto que por poco revientas de lo que se te mueve ahí adentro. Volvió a mirarme y me reí, el me preguntó porque y yo respondí que era feliz. Ahí comenzó el juego de miradas, el intercambio de palabras, la lluvia de sonrisas seguidas de mil carcajadas. Con él era siempre así, feliz. Podía ser quién quisiera porque sabía que me querrería, y esa sensación amigo, esa sensación es jodidamente genial.
Momentos como ese, se repitieron una y mil veces más. Siempre perfectos, siempre esperados con una sed insaciable. Siempre especiales, únicos, inigualables, nuestros.

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